Un satélite ronda la comisura de los ojos y la brecha interestelar, humanamente diminuta, es el espacio preciso para una sola lágrima. Lloraban en vano. Ya antes de la enfermedad, los médicos no habrían podido vindicar las células que no quería el cuerpo, y eran muchas. Como si alguna voluntad divina les hubiera condenado las tardes de angustia frente al bosque donde habían ido a perderse los hijos mayores; donde a penas era la mañana cuando ya les parecía tarde para la música. Entonces, entregándose a los duraznos que partidos por la mitad parecían una columna vertebral en expansión, como extraños en la noche, niños de columpio, dos viejos bajo los árboles, añoraban en el ocio y en la calma triste, los bracitos reclamando atención y abrazos, las risas. Tan cansados de muertes niñas, resignados, atendieron sus jarrones.
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