lunes, 25 de junio de 2007
Paisaje desesclarecido
En este laberinto el camino se sigue de manera diferente, no vas a cada momento con la mano sobre el muro. Vas siguiendo la mariposa, antes de que termine de desprenderse en barrocas figuras el movimiento, es que hay un agujero negro, pero no existe aquí ante sala, no hay preparación, simplemente, de repente, la humedad, las ramas, los insectos escondidos, derraman una vibra extrañamente bucólica para no disfrazar el infinito, que por cierto es negro, y dejarlo claro y abierto al ojo. Pero es prístino moverse atento, sin embargo los hombres no aprenden, siguen la blanca mariposa, la siguen, la siguen, no se contienen, es su deber contenerse, tal vez saberse, intentar al menos comprender lo que no se ve, lo que se asoma. Simplemente, van escurridos, estremeciéndose, deliberándose, diciéndose humanos, sin haber preparado la batalla final, la que aparece inesperada y ataca sin consentimiento, la que va lanza en ristre. En este laberinto, el que gana, el que pierde, el que empata, igual termina en una explosión de sangre distorsionada, sangre que se va pegando a la piel, a la ropa, a lo intimo, entonces es un capullo que madura en algún árbol enormísimo, exageradamente grande como para ser de este mundo y cuando es hora de salir, no asoma una cabeza, ni un par de alas, asoma una semilla que cae despacio cual nave extraterrena, sobre una tierra donde crece y se estira hasta poder caminar (caminar de cualquier forma), empezando por tantear el muro del laberinto en el que va a buscar, sin saberlo, un minotauro. Valga decirlo, no todos lo encuentran.
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