
Espero. Pausadamente intente dar tiempo, distraerme apartando la bruma. Pero sigues ahí, en la copa de los árboles, al final de un camino que andé bajo la lluvia. Bajé las gradas, camine mojándome algunas cuadras; la lluvia iba creciendo, las cañerías las había borrado en un principio, preferí nadar, no se me ocurrió que caminando unas cuadras el agua pudiera crecer a tal punto. Los árboles continuaron siendo nudosos y delgados, cortos. Con cada paso, la distancia parecía estrecharse aunque yo la adivinara igual, pues sin la menor conjunción, únicamente con la paradoja de tus ojos que no cesan de clavarse en algo parecido a un juego contra los míos. De todas formas de nada sirve recitar la historia mentalmente, de momento a la música no le ha dado por atacar sin permiso, si le pisara la cola se dispararía. Me acosa la sensación de que ambos tenemos la lengua amarrada, no voy a decir quien dijo que te quitaras el corazón para que se te acabaran los problemas. No es momento de asegurar nada y hay miedo como nubes pesadas para tener por capricho necesitado, desamarrárnoslas sin antes devolver a las calles sus cañerías.