sábado, 12 de abril de 2008

omisión en el paraje




El amanecer, crispado, pinta de rojo el morado de los lagos, durmiendo indemnes bajo los árboles. Despacio, la brisa es una pita que lo arrastra, irrumpiendo en franjas que se ensanchan dentro de las habitaciones oscuras. Desde la ventana, la luz abre un camino atravesado de virutas, microscópias huellas de los minutos humanos. El camino le golpea parte de la boca, de la comisura una almohada que la mano hace de refugio contra el día nuevo que aguarda; es el día el que se arropa con una manta, y cuando suena la primera voz, inmediata a la puerta, la mano se levanta como entrada de circo.
De nuevo los pies andan, la mano sigue sin aceleración la cornisa de madera y el cuerpo vocaliza luego de siete horas de sueño: buenos días.
Frente al espejo hay una cara húmeda, examinándose el pelo enmarañado, las mejillas descansadas, no hay ningún afán, piensa. Cuando voltea para abrir la ducha, percibe la regadera, las baldosas, el jabón, el shampoo, la ventana arriba, recién dispuestas, organizadas el instante previo para que el los use.

Las bombillas, semejantes a luceros invisibles, lo reciben en la matriz del mundo, su centro. ¿Por qué ahora, cuando la placenta lo ha rechazado? Estira los brazos y agarra la primera camisa; alisa los pliegues; se amarra el pelo, alarga las piernas; lo han implicado en las amarras, como si colgara del viento. Su apartamento es muy blanco. Sus compañeros colorean los dormitorios. El solo tiene un juego de sabanas de cuadros azules, que siempre que las ve vistiendo las camas, las imagina pegadas sobre la pared, el centro de la habitación esta vacía, los bordes recargados, camuflados, protegidos. Pero solo es un sueño. Un sueño renuente, permeable, inundando las calles con el agua de la lluvia hasta las copas de los árboles. Y el agua cae, irrefrenable, extendiendo las distancias, obligándole a ejercitar los músculos en una canoa, pero no hay canoa para llegar al último apartamento; es solo un sueño, una imagen cruzada, el juego de sabanas de cuadros azules es solo un juego, una paja en el ojo cuando el sol se acabe. El juego de sabanas de cuadros azules es solo un juego.
Y luego de dos meses, cuando una semana templada es posible, se da cuenta que no olvida todavía, que aun esta el deseo de los labios juntos y de la mano que se pierde en otro cuerpo, en otro sonido, en otro molino. Solo que ya no hay continuidad, y esporádicamente puede ser un retrato. Pero hace un día, vuelven de nuevo ha pasar un rato juntos, y el mecanismo hecha reversa, hecha mano de lo agotable y solo deja sequía, esquirlas en el cielo, no lo deja leer entre las líneas.

Amo mi versión de los hechos
La siguiente, la otra única
Es de mentiras:
Es un cajón de margaritas
Donde no hay lugar reciente,
Es el estado de mi cuerpo en la bañera
De la mujer con la cabeza en llamas
Los patios de recreo en vacaciones de invierno.

Una neutralidad de plastilina en el alma
Una palabra que no existe
Una reja cruza el cielo
Solo atraviesa un espacio para ambos, un ataúd con un cadáver que se ríe y viaja por el Hades.

Amo mi versión de los hechos
Porque:
Yo invente miradas
Y fueron reales.
Yo invente la desarticulación de tus manos
Y creí que se acercaban.
Yo invite una duda
Y fue un no creo.
Yo traje una maquina, un temblor de donde crecían botellas de agua
Y el fuego volvía, para avivar la llama.
Yo creo que te amo
Y amarre palabras, las hice un muñón
Las lleve a una pradera virgen, las lance a un cordón infinito de constelaciones.

Raspar. Eso fue lo que hice
Ubicar los puntos
Ser libre
Desamparar una tetera
Una mesa para tres
Una casa de teatro
Un calle con esquinas completas
Un bloque con almacén rosado
Un barrio con su plaza y sus palomas.

Ya el mundo se ha despertado, en su función no hay música de fondo. El maestro de ceremonia ha ensuciado las aulas, ha despedazado las esteras. El mundo se inclina 45 grados a la izquierda, hay que hacer un esfuerzo para sostenerse. La distancia inclinada no nos envilece, ahondamos con estalactitas, con deja-vu, con partículas limpias, como la pureza de un cubo de hielo.

El anochecer, terminal y herido de muerte, en hilos y corrientes desanuda sus tejidos bajo una amalgama de púrpuras y vinotintos, que según se acercan al ocaso, clarean como las ultimas luces de una campana, se adelgazan, desfiguran los reflejos del mar, desamparándonos ante el vacío; he caminado, añorando apretar tu mano por el paseo marítimo. Las olas vuelven, regresaban, retumbaban descomponiendo la madera, y yo, todo nostalgia sal en la piel lagrimas, me recuesto contra la balaustrada y contemplo mi día con sus desventuras y retrueques. El anochecer, terminal y herido de muerte, se da una baja, cediendo, con un empujar del codo, el mundo a las estrellas.