martes, 13 de abril de 2010

un tatuaje para Boris. partes 1 y 2

UN TATUAJE PARA BORIS

1.
Siendo joven aun Piero Morini deseó, entrañablemente, que su primer caso le fuera asignado en la reserva natural de Chingaza, vía la Calera, a las afueras del distrito Capital. La fascinación por los venados de cola blanca y el espíritu nebuloso del bosque lo habían convencido de ello. Seis años después mientras esperaba solo en casa la primera asignación, escuchando the velvet underground, recibió una llamada del agente superior, Ezequiel Martínez, que le indicaba dirigirse inmediatamente a la reserva natural de Chingaza, donde el doctor Saavedra lo esperaba. Eran las tres de la madrugada, helaba, la lluvia que hace meses no aparecía se regodeaba pesada sobre la ciudad. Intentó imaginar la escena que durante tanto tiempo soñado. La imagen, no apareció. Miraba fijamente en el retrovisor sus ojos grises, confiando a sus manos morenas la conciencia del vehiculo. Pero estaba tranquilo, la seriedad, perdida en la confianza del hogar, retomaba su lugar en el rostro afilado y en la compostura del cuerpo. Al momento de ser recibido por el inspector Saavedra y el cuerpo de la policía, era completamente el hombre confiado y lineal, del que todos esperaban una magistral resolución.

El cuerpo de una mujer esperaba contorsionado entre un desfiladero de rocas que atravesaban transversalmente una de las lagunas. Aunque el cuerpo se encontraba también rodeado de árboles, solo fue posible examinarlo desde un bote. El cuerpo era tan blanco que casi iluminaba al nuevo inspector Morini. En su primer informe, el inspector Morini, siendo aun joven, registró la macabra contorsión del cuerpo: los brazos al revés detrás de la cabeza, las piernas cruzadas como en posición fetal de tal forma que pudiera mantenerse aferrado a las rocas. Describió también la deformación de un rostro que había sido hermoso: la mandíbula completamente abierta exhibía, puesta sobre la punta de una roca, las encías casi azules sin dientes. Abajo, los tenia completos. El cabello largo y encrespado ya se enredaba con las algas, pero podía adivinarse rubio. Y como último señaló que la mujer no había sido violada. La dueña del cuerpo se llamaba Tatiana Gómez, de padre colombiano y madre chilena, residía junto a ellos en la ciudad. Hace un fin de semana habían visitado en familia la reserva. El domingo, antes de irse, decidió dar sola una vuelta. La esperaron durante horas, pero por supuesto, hasta hace dos horas cuando Piero Morini recibió la llamada, la habían encontrado. Rodeado del silencio morboso de los policías, Piero Morini sintió dentro de su cuerpo la noble compasión que con la vejez perdería.

Inmediatamente había ordenado a todo el cuerpo de policías llamar refuerzos para inspeccionar minuciosamente cuatro kilómetros a la redonda. Era imposible que a un cuerpo en tal posición no lo arrastrara la corriente, a demás del clima. Y el parque había sido cerrado, nadie había salido después de tres días de reportada la desaparición. Así que el criminal debía esconderse en algún lugar cercano. Los policías, mediocremente, registraron cada recoveco del parque, no se percataron de detalles evidentes y de las huellas que el criminal había dejado. Luego de aclarar las banalidades del proceso con el inspector Saavedra, Piero Morini se dedico a seguir los pasos de los policías y encontró, sin mucho esfuerzo, un cúmulo de pistas que lo condujeron a un hueco bajo un árbol. El frío hacia tiritar las raíces de los árboles. Y la risa aguda y nerviosa que escuchó debajo de ellas, no lo sorprendió. Un hombre bastante blanco, gordo y bajo, rapado, de ojos achinados, se masturbaba con las manos sucias por barro. No se percato cuando Piero Morini hundió el frío metal de su pistola sobre la nunca. No tuvo que correr, ni perseguir a nadie. Tampoco pensó, que en su primer caso, el asesino pudiera aparecer tan fácil. Sin duda alguna Boris Restrepo, como dijo llamarse el hombre, era solo el vehiculo, el ejecutor. Detrás debía andar con pasos firmes otro con otras intenciones.

Con Boris Restrepo y junto al Inspector Saavedra, que solo vigilaba al primerizo, Piero Morini dejo atrás los bosques y las montañas y las lagunas y los ríos y los frailejones de la reserva de Chingaza sin que un solo venado de cola blanca asomara curioso entre los árboles. Todavía a las siete de la mañana llovía y la risa de Boris se apagaba. Cuando llegaron a la estación, en la setenta con once, los dos hombres dormían.

Boris recibió el trato que cualquier futuro preso recibe. Tuvo que desnudarse frente a cinco policías que se burlaron de la pequeñez de su pene, escondido entre la carne que caía; ser golpeado con la manguera a presión que se hundía despertando las heridas que las rocas le habían causado; le metieron, solo por costumbre, los dedos en el ano. No esperaron encontrar nada, así fue. Un doctor, en presencia de Piero Morini, que no dejo de observar a Boris en ningún momento, examinó cada parte del cuerpo. Nada excepcional, solo tres tatuajes: una rosa en la parte inferior de la espalda, una banda minimalista en la mitad del brazo derecho y en la muñeca, de ese mismo brazo, una frase que decía: “una vida”. Curioso, pero a Piero Morini no le parecieron nada excepcionales aquellos detalles. En cambio, según creía ver en su personalidad, con la mentalidad de un hombre como Boris seria normal tatuarse tales cosas. Y considero necesario que Boris fuera tratado como preso deficiente mental, como un loco. Estaba seguro, sin comprender el motivo, que Boris no había tenido excusas para evitar el crimen. Sin saber porque, desde que lo vio debajo del árbol, le tomo cariño.

Esa noche, Piero Morini soñó que visitaba junto a Tatiana Gómez y Boris Restrepo la reserva natural de Chingaza. En principio el sueño era feliz, el sol se colaba entre las nubes espesas que aunque amenazaban lluvia no llovería, el frío no molestaba y el abrazaba a Tatiana como si fuera el amor de su vida. Boris era un muy buen amigo. Juntos contemplaban quietos los parajes, el sueño se veía desde atrás, como fotos en movimiento. Y escuchaba la brisa. Después, sin que lloviera, algunos venados corrieron escapando de los bosques, corrían a los ríos y a las lagunas y empezaban a nadar en determinadas direcciones, sumergiéndose como los gansos, con las patas hacia atrás, hasta perderse bajo el agua. Cuando ellos, como los venados, empezaron a caminar hacia el agua, Piero Morini despertó fatigado.

Desde esa noche Piero Morini abandonó cualquier distracción, los discos de The velvet underground y la pizza de madrugada. No tenía otro tipo de placeres, a parte de los cigarrillos. Solamente Malboro Rojo, detestaba los Lucky Strike y también los Piel Roja.







2.
Aunque las pruebas le parecian evidentes, trasladar a Boris al Hospital Psiquiátrico para reclusos fue complicado. Piero Morini tuvo que registrar en video las excentricidades que el pobre Boris no podía evitar. A primera hora de la mañana, después del pan, Boris Restrepo se acariciaba los vellos de las piernas, enroscándoselos entre los dedos. Sus manos gráciles podían deslizarse desde los tobillos hasta los muslos por lo menos durante hora y media. Nunca perdía la compostura, pero a penas terminaba dejaba escapar su risilla nerviosa. Cuando se daban las horas del patio, Boris se quitaba la camisa y exhibía su pecho al sol sin inmutarse, hasta el momento de entrar. A veces, aunque no regularmente, Boris simplemente se sentaba en una silla y veía como los hombres se pasaban la pelota. Durante la noche, como podrán adivinar, Boris se acariciaba los testículos. Una vez apagadas las luces, los vecinos de celda podían escuchar los gemidos y la risa. Dormía tres o cuatro horas.

¿Quién lo mantenía antes de ser capturado, quien responde por usted? Pregunto Piero Morini en la segunda entrevista. Nadie inspector, yo trabajaba como asistente para una casa de tatuajes. En la cincuenta y cuatro con séptima. Respondió cuerdamente Boris. Piero Morini confío en sus respuestas sin dudarlo. Efectivamente Boris Restrepo era huérfano desde los diez años y una tía, muerta en el noventa y cinco, lo había criado. Había terminado sus estudios y solamente por falta de dinero no había ingresado en la universidad, quería ser biólogo. Tras ires y venires Boris Restrepo lograba mantenerse. Diez años en soledad eran mucho tiempo. Piero Morini le preguntó si tenía algún tipo de compañía femenina. Era obvio que no. Aunque Boris no mostró ninguna emoción, Piero lo sintió nervioso desde aquel momento. ¿Cómo encontró ese trabajo, el de asistente de tatuadores? Me hice amigo de Tatiana, varios años, uno o dos. Los nervios crecieron. ¿Cómo se hizo amigo de Tatiana? Vivíamos cerca, en un barrio que por unos lados tiene edificios grandes y bonitos y que por otros, solo tiene edificios que entregan sin terminar pero que por dentro no tienen humedades Salíamos a montar cicla. Y a ella le gustaban mis perros, Lucas y Jerry. ¿Antes de entrar con los tatuadores, donde trabajaba? Era asistente de odontología. ¿Y antes? Era el jardinero de un colegio privado. La conversación no pudo continuar, Boris se mostraba cansado y las manos le temblaban levemente. Casi todo lo preguntado, Piero Morini ya lo había indagado en los registros. Solamente quería escucharlo de boca de Boris, como si así pudiera ratificar sus sospechas. Le pareció singular que Boris fuera asistente de odontología, cuando iba de regreso a casa y pensó en ello, no reprimió una leve sonrisa. Simplemente le pareció singular.

Al cuarto día se le ocurrió visitar con Boris la reserva natural de Chingaza. Esperaba algún duelo íntimo, una especie de choque que le obligara a revelarlo todo. Piero Morini sabia que no seria fácil.

2 comentarios:

Gundiati ate dijo...

Quisiera “ser” Bióloga. -Como Boris…quizá el ya halla logrado su cometido, que mas allá de recibir un titulo, se figura en el fondo de un deseo satisfecho; Unas encías azules hacían una expandida mueca mientras carcajeaban de dolor solo para Boris…El nuevo espécimen era realmente un bello individuo a estudiar.
El viejo, era un aberrante señor y sin embargo muy natural y libre…un pequeño como el Sr Hyde que encarnaba la maldad misma.
Los arbustos pintaban la escena que el mundo algún dia tendría que vivir junto a individuos relevantes y despreciados, junto a maniáticos pensantes y malos hombres…¿Cómo termina su historia?- No lo se, la seguiré leyendo si es posible, comentando y imprimiendo en mi vida exploradora y prehistórica de Bióloga.
Compañera del apático Bus.

A-men dijo...

Es como si lo hubiera vomitado del fondo de su cabeza, se lee tan necesario...